miércoles, 20 de abril de 2005

¡Cuanta demagogia!

El Cardenal Ratzinger es ya Benedicto XVI.

¡Cuánta demagogia -¿o falsedad?- por parte de algunos para dar una imagen de intrasigencia del nuevo Papa! Los "tontos útiles" de siempre utilizados como ariete para desprestigiar al Romano Pontífice y a la Iglesia.

No nos engañemos: Kung, Haring, Tamayo, Miret Magdalena, Boff, etc. no son "teólogos disidentes", son simplemente "tránsfugas", y los fieles de a pié pedimos a la Iglesia que trate de recuperarlos pero, que si no están dispuestos a ello, que tome medidas (que por otra parte, siempre serán infinitamente más caritativas que las aplicadas por el PSOE o el PP a sus tránsfugas).

martes, 19 de abril de 2005

Ortodoxia y provocación

Esto tampoco es mío, es de Juan Manuel de Prada, publicado en El Semanal de esta semana. Me ha parecido realmente bueno:

Escribe Chesterton en su Autobiografía unas consideraciones muy iluminadoras sobre la recepción que su época dispensó a uno de sus ensayos más perspicaces, Ortodoxia, que como su mismo título prefigura aborda el asunto religioso. «El título [del libro] –cito a Chesterton– mantuvo una cierta virtud: era provocativo. Y el que fuera provocativo supone realmente una prueba para nuestra sociedad moderna. Yo había empezado a descubrir que, en todo aquel cenagal de herejías inconsistentes e incompatibles, la única herejía realmente imperdonable era la de la ortodoxia. [...] Prácticamente casi todos en el mundo de la literatura y el periodismo empezaron a dar por sentado que mi fe en la doctrina cristiana era una pose o una paradoja. Los más cínicos pensaban que era sólo un truco. Los más leales y generosos sostenían con cariño que era sólo una broma. Todo el horror de la verdad, la bochornosa constatación de que yo realmente creía en todo aquello, estalló ante ellos mucho después. [...] Los críticos se mostraron casi siempre elogiosos con lo que les gustaba llamar mis brillantes paradojas hasta que descubrieron que realmente yo quería exactamente decir lo que decía. A partir de ese momento, han sido más combativos conmigo.»

Confesaré que, al leer este pasaje, sentí esa gozosa impresión de sintonía espiritual que nos asalta cuando vemos registrados en letras de molde anhelos o zozobras que nosotros mismos hemos experimentado. Aunque Chesterton no lo declare explícitamente, creo que en el embrión de su paulatino alejamiento de la iglesia anglicana y en su posterior conversión al catolicismo subyace un fondo de provocación contra la oficialidad, esa impertinencia intrépida o suicida que bendice a unos pocos escritores y los enfrenta a su época. Al leer este pasaje me acometió una risueña impresión de hermandad: mi acercamiento a la religión tuvo también un origen provocativo, de irónica repulsa hacia la ‘doctrina oficial’ que los intelectuales imparten desde sus púlpitos mediáticos. Porque si algo me fastidiaba de la cofradía intelectual era precisamente esa suerte de beatería laica con que cacarean siempre las mismas obviedades seudoprogres, la misma cantinela de pronunciamientos respetuosos de la corrección política y devotos de la mano que les da de comer, que es la misma que reparte bulas y anatemas en la república de las letras. Toda este fangosidad de intelectuales prêt-à-porter no tardó en provocarme náuseas; por supuesto, la diana más concurrida de sus invectivas archisabidas era la Iglesia católica. Daba un poquito de grima verlos a todos sacando pecho y haciéndose los gallitos, mientras arrastraban por el barro las creencias de mucha buena gente; daba un poquito de repelús verlos desaguar su rencor despotricando contra los curas, fingiendo además que con ello estaban rebelándose paladinamente contra el poder constituido. Aquella bravuconería de quienes se disfrazan de espadachines temerarios cuando en realidad saben que no hacen sino asestar lanzadas a moro muerto me movió, por repugnancia y también por un cierto afán de provocación, a pulsar la nota discordante.

Enseguida ese movimiento de repulsa se transformó en curiosidad hacia la religión zaherida; y pronto esa curiosidad se fue decantando hacia un interés sincero. En este proceso de conversión actuó como acicate la muy sabrosa certeza de que –como escribía Chesterton– «la única herejía realmente imperdonable era la de la ortodoxia»; siempre me ha gustado pastar fuera del redil. Así fui descubriendo poco a poco que en la religión podía hallar un continente incógnito de sabiduría acumulada a lo largo de dos mil años, de bellezas inéditas y siempre renovadas, de pensamiento fecundo y gozosas perplejidades. Acercarse a la religión es como aproximarse a una puerta tras la que se abre una estancia desconocida. A medida que uno se acerca a esa puerta, la visión que tiene de la estancia a través del agujero de la cerradura es cada vez más angosta y reducida. Pero cuando por fin uno se atreve a empujar esa puerta, se queda maravillado de las gigantescas dimensiones de la estancia que se extiende ante sus pies: el descubrimiento de esa infinita extensión en la que uno puede retozar libremente, liberado de las cortapisas ambientales, es sin duda el más valioso hallazgo intelectual que me ha deparado la vida.

Naturalmente, este descubrimiento dichoso se cobra, como contrapartida, un severo impuesto de soledad y ostracismo; pero la intemperie resulta a la postre más reconfortante que la tibieza del establo donde se congrega la manada.

viernes, 15 de abril de 2005

Así... ¡seguro que aciertan!

Tiene su gracia la táctica de muchos medios de comunicación: conforme van pasando los días van citando a más y más cardenales como papables... no llegan a citar los 115, pero casi. A todos ellos los vinculan al Opus Dei, a Comunión y Liberación, a...

Obviamente, luego podrán orgullecerse: "¡ven como yo lo había predicho!"

martes, 12 de abril de 2005

Juan Pablo II: otro Cristo, el mismo Cristo

La historia se repite: Juan Pablo II ha sido Cristo que pasa en el siglo XX.

Cristo que consuela; Cristo que cura las almas; Cristo que llena de esperanza; Cristo que reparte amor y paz; Cristo que predica la Buena Nueva por todos los caminos de la tierra; Cristo que anima, que empuja, que acompaña... y Cristo que, por amor, también reprende cuando tiene que reprender.

Pero ese "Cristo que pasa" también se ha encontrado con el Sanedrín y los Romanos. El nuevo Sanedrín compuesto por los "laicicistas", los que quieren que Cristo calle, que se esconda en su pueblo; ese nuevo Sanedrín que se apoya en los nuevos romanos -los del famoso "disenso", los "tontos útiles"- para crucificarle.

¿No habrán aprendido -unos y otros- que "al tercer día resucitó"?

lunes, 11 de abril de 2005

Patético

¿Porqué será que la mayor parte de los que critican al Papa son ancianos -Tamayo, Miret Magdalena, Casaldáliga...- o ancianas -Rosa Regás, etc.- mientras que lo que más llamaba la atención a los comentaristas de los medios era la cantidad de gente joven que iba a rezar y a decir adiós al Papa?

El contraste es llamativo y como para pensar.

lunes, 4 de abril de 2005

Eskerrik asko Aita Santua!

Muchas gracias, Santo Padre, por ser tan Santo y por ser tan Padre, por haberte desgastado hasta el final.