Hilaire Belloc y G.K. Chesterton consideraron siempre que el
capitalismo era la gran plaga que impedía la floración de una sociedad
auténticamente cristiana, por haber introducido la competencia en las
relaciones conyugales, desarraigado al hombre de su tierra y nublado las
virtudes de nuestros mayores, convirtiendo a los seres humanos en máquinas al
servicio de la producción. «El capitalismo -escribiría Belloc- constituye una
calamidad no porque defienda el derecho legal a la propiedad, sino porque
representa, por su propia naturaleza, el empleo de ese derecho legal para
beneficio de unos pocos privilegiados contra un número mucho mayor de hombres
que, aunque libres y ciudadanos en igualdad de condiciones, carecen de toda
base económica propia».