domingo, 28 de mayo de 2006

Por fin llegó la peli. El bódrigo Da Vinci

Como esta crítica -Diario Vasco, 19.05.06- me gusta y además es de alguien a quien conozco -Ricardo Aldarondo-, me permito "hacerle publicidad"...:

Una monja solitaria estaba, desde dos horas antes del pase de prensa de Cannes, a la puerta del cine, en protesta silenciosa. No deberían preocuparse tanto el Opus Dei, la Iglesia y demás estamentos. No debe sentarles bien que se presente a unos como secta y a otros como responsables de crímenes innumerables. Pero por lo demás, este conjunto de paparruchas es tan absurdo, inocuo y aburrido que en todo caso puede despertar algún interés en el cristianismo de siempre, al menos por buscar una historia más coherente. La teoría de El código Da Vinci es: "¿Y sí la historia más grande jamás contada es una mentira?". ¿Y si los cuatro evangelios de siempre no son los únicos, y además no son los buenos?". Pero si la alternativa que se propone es esta, vamos dados, sobre todo desde un punto de vista narrativo. La historia siempre contada de Jesús es, como poco, un magnífico relato. Mientras que El código Da Vinci (hablamos de la película, ya se encargarán de las comparaciones con el libro quienes hayan tenido la curiosidad de leerlo) es un disparate que amalgama a los templarios, los merovingios, la Mona Lisa, la pirámide del Louvre, el Santo Grial, los cilicios del enviado de Dios, la manzana de Isaac Newton y una María Magalena embarazada.

El soporífero pastiche se supone que va en pos de un gran secreto que es tan evidente desde el principio que se diría que se daba por hecho en la partida del relato. Pero no, resulta que es la gran revelación en el desenlace de una película que consiste básicamente en interminables discursos de la parejita que pasea por museos, catacumbas de París y Londres, básicamente, o de algunos sabios que se encuentran por el camino. El código Da Vinci funciona con una acumulación de pistas, claves y simbologías que descifrar, pero no contiene ningún ingenio narrativo ni enigmas inteligentemente construidos. Sólo una retahíla de revelaciones dichas como por adivinación, sobre todo por parte de un Tom Hanks que parece un iluminado más que un profesor.

Todo es grandiolocuente y rimbombante, sobre todo la música atronadora que enfatiza cada frase y cada acercamiento a alguna nueva revelación, para suplir el escaso interés de lo que ocurre. En los pocos momentos de acción, la película naufraga aún más: la persecución con el smart es chapucera, y la huida del avión, con explicación posterior, es de risa.

El código Da Vinci comete el peor de los pecados, al menos en el catecismo del cine, que es el de aburrir. No tiene personajes (el de los cilicios es de chiste), y no tiene actores sino bustos parlantes, a excepción de Ian McKellen. Es además, barata: utiliza recursos de película de misterio de serie B, y visualiza hechos históricos en unos flashbacks chillones, de pobres efectos digitales. Seguro que la estoica monja de la puerta estuvo más entretenida.

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